Tus manos... eternamente esperadas por las mías,
juegan con los pastizales otoñales de tu pelo,
y mis pensamientos se mutilan en tu sombra,
en tu recuerdo recurrente, en las noches de noviembre
y en un futuro incierto donde no te encuentro.
Tus ojos... mellizos de profundidad relampagueante,
estrellas que cintilan con tus párpados,
verdad ancestral en mis poemas,
enigma constante de los astros,
eclipse visual cuando me besas,
lluvia exótica de lágrimas con polen de rosas.
Hermosos como ayer y como siempre,
mutación de mi corazón al contemplarlos...
Tus labios... humedad eterna en el desierto,
cascadas de luz en la negra noche
y en la noche clara de frustración lunar.
Labios que enriquecen la simiente, cavernosa blandura,
conjugación de placer y de tormento...
Tu espalda... remanso enternecedor,
planicie que se prolonga hasta la playa,
hasta el estrecho de cintura breve,
hasta mis sueños,
hasta las tardes en que te marchas.
Tu espalda, de piel inocente,
de maliciosas caricias.
Tu espalda, territorio recorrido por mis manos y mis labios,
patrimonio invaluable de mis noches.
Tus muslos... nácar inacabable.
Firmes como columnas griegas.
Arrecifes planos por donde mis dedos resbalan.
Mortificante insinuación no descubierta,
corolario de tu cuerpo mío.
Ni la lluvia, ni el viento juegan con mis compases
como tu nombre breve.
Tu nombre, elocución metálica,
canción interminable, recuerdo inconmensurable...
Tu cuerpo... tu cuerpo opio de mi pensamiento.
Tu cuerpo... escultura irrepetible.
Tu cuerpo... un todo inconcluso sin mi cuerpo.
Tu cuerpo... desnudez deseada desde mi nacimiento.
Tu cuerpo siempre mio, ha conjugado con mi mirada
la locura delirante de mis noches...
0 comentarios